miércoles, 10 de diciembre de 2025

7 - Lazos + Jardín (Suavitober 2025)

Joe dejó su vaso sobre la barra y se sentó en uno de los taburetes, con medio cuerpo girado hacia la pista de baile situada unos metros más allá. Miró sin demasiado interés a la gente que se movía siguiendo el ritmo de la música y le dio un sorbo a su bebida. Hasta ese momento, la boda estaba siendo bastante agradable. La ceremonia había sido corta, la comida buena y la música no estaba tan mal.

—Por fin te encuentro.

Se volvió al escuchar la voz de Anne. Su amiga se sentó a su lado y llamó la atención del camarero para pedir una copa. En cuanto la tuvo delante, le dio un largo trago.

—Tranquila, Bollito. No hay ninguna competición de beber.

Anne suspiró e hizo girar el vaso entre las manos.

—Venir aquí ha sido una idea terrible —susurró.

—¿Por qué? Todo el mundo piensa que estamos saliendo. Y están encantados.

Ella se giró con brusquedad para mirarla.

—Ese es el problema. Es todo una farsa. ¡Y nadie me cree! ¿¡Por qué nadie me cree!?

Joe se rio con suavidad ante su indignación y jugueteó con su vaso, moviendo el líquido con suavidad. Desde el momento en el que habían llegado, todo el mundo había dado por hecho que eran pareja. Incluso habiendo hecho hincapié en que solo eran amigas, la familia de Anne había decidido que solo lo decían por miedo a que no aprobasen la relación. Joe jamás había recibido tantas palmadas en la espalda ni tantos abrazos por estar en una relación con alguien. Aunque fuese falsa. Y a pesar de que sentía una punzada de dolor al pensar en que no era real, tenía que reconocer que encontraba la situación bastante graciosa.

—Deja que sean felices —dijo con media sonrisa—. Además, nadie te ha molestado por tu soltería.

—¡Obviamente! —Resopló, alzando una mano—. ¿Cómo van a hacerlo si supuestamente tengo pareja?

—Bueno, ese era el plan, ¿no? —Ladeó la cabeza y fijó su atención en el líquido ambarino de su vaso—. Venir juntas para que no te hicieran pasar un mal rato por estar soltera.

Anne suspiró y deslizó un dedo por encima del cristal para quitar la condensación que se había formado por culpa del hielo.

—Lo siento. Seguramente pienses que soy una persona horrible por estar así de molesta.

Joe enarcó una ceja.

—¿Por qué voy a pensar eso?

Ella se encogió de hombros.

—¿Porque parece que estoy horrorizada de que nos vean como una pareja?

Joe guardó silencio y la observó unos segundos antes de hablar.

—Las dos sabemos que eso no es cierto. No estás enfadada porque se hayan creído el engaño, si no porque no te creen cuando intentas desmentirlo. Te molesta que no te hagan caso.

Anne la miró con el ceño fruncido.

—¿No te da asco tener siempre razón?

Aquello hizo que Joe soltase una sonora carcajada.

—Eso es igual de falso que nuestra relación. Lo que pasa es que llevo menos copas que tú.

—No estoy borracha —refunfuñó Anne, haciendo un mohín.

—Pues al ritmo que te estás bebiendo ese margarita, yo creo que no tardarás demasiado.

Se echó a reír cuando su amiga hizo otra mueca y alejó un poco la copa. Sin apartar la vista de Anne, Joe bebió un poco de su whisky y lo dejó sobre la barra.

—¿Te apetece bailar?

Ella se volvió con brusquedad.

—¿Bailar? —Se rio con nerviosismo—. Desde luego que no.

—¿Qué pasa, te da vergüenza? —Compuso una sonrisa socarrona—. No te preocupes, la pista de baile está llena de niños y borrachos. Nadie se fijará en tu torpeza.

—No me da vergüenza —replicó ella con un resoplido—. De hecho, bailo muy bien.

La sonrisa de Joe se ensanchó.

—Eso tendrás que demostrármelo.

Anne no respondió. La miró durante unos segundos, vació su copa de un trago y se bajó del taburete, tirando de ella hacia la pista de baile. Joe se echó a reír. Sabía que Anne era una buena bailarina, la había visto en más de una fiesta de instituto; lo que su amiga ignoraba es que a ella también se le daba bien y que pensaba demostrárselo.

La música cambió al empezar una nueva canción y Joe cogió a Anne de las manos. La empujó con suavidad hacia un lado y le soltó una mano. Anne giró sobre sí misma y, sin darle tiempo a reaccionar, Joe tiró de ella. En cuanto sus cuerpos estuvieron pegados, le rodeó la cintura con el brazo. Ambas sonrieron. Joe, satisfecha; Anne, sorprendida. Sin soltarla, Joe dio unos pasos hacia atrás y luego hacia delante, moviendo las caderas y los hombros. Anne le siguió el ritmo en seguida y giró sobre sí misma cuando Joe la empujó con suavidad. Volvieron a pegarse y se movieron por la pista, siguiendo la música.

—¿Dónde has aprendido a bailar así? —preguntó Anne sin salir de su asombro.

Joe la hizo girar sobre sí misma de nuevo.

—¿Por qué? ¿Quieres que te dé unas clases?

Anne le dio un suave manotazo en el hombro.

—¡Claro que no! Pero tengo curiosidad.

Ella no respondió. Le cogió las manos, la separó de ella y tiró con suavidad, haciéndola girar. La espalda de Anne pegó contra su pecho y Joe colocó las manos sobre la cintura de su amiga. Descendió un poco hacia el suelo y ella la siguió. El pelo de Anne le acarició la mejilla y el perfume que se había puesto le llegó de lleno. Un olor a flores que no consiguió distinguir y que siempre había asociado a ella. La empujó con suavidad para alejarla y continuaron bailando durante toda la canción. Se alejaron y se acercaron, giraron sobre sí mismas y, sobre todo, se rieron.

Cuando la música volvió a cambiar, Joe tiró de Anne un poco más fuerte de lo que pretendía y sus rostros quedaron a escasos centímetros. Se miraron durante unos segundos y Anne se inclinó un poco sobre ella, rozando su nariz. Joe ladeó un poco la cabeza por inercia, con el corazón a punto de salir de su pecho por lo rápido que latía. En circunstancias normales, se inclinaría para besarla, pero aquello no era una cita y Anne no era su pareja, ni siquiera un ligue. Era su amiga.

«La que no está interesada en mujeres», se recordó.

Respiró hondo y se separó un poco. Anne se pasó la lengua por los labios y parpadeó, como si hubiera salido de un trance. Fijó la mirada en Joe, una mirada en la que pudo leer confusión y algo más que su mente quiso interpretar como rechazo. De repente sintió como si se ahogase y miró a su alrededor en busca de una de las salidas al exterior. Anne la siguió en cuanto avanzó hacia una puerta. Y aunque la llamó varias veces, Joe decidió ignorarla. Necesitaba aire fresco, sentir el frío de la calle para espabilarse.

Por supuesto que aquello le había reventado en la cara. ¿Cómo pudo pensar que podría controlarlo? ¿Cómo había sido tan ingenua al creer que era tan fuerte? Se sintió una completa idiota al darse cuenta de que jamás había tenido el control, de que todo aquello había sido una mala idea y de que tenía que haber cerrado la boca cuando se encontró a Anne en aquel bar.

Empujó la puerta y respiró hondo en cuanto salió al exterior. El frío aire invernal fue como un jarro de agua fría y lo agradeció. Era justo lo que necesitaba para despejar la mente. Aún así, sentía ganas de salir corriendo. De huir y no mirar atrás. De cambiar de ciudad e, incluso, de planeta. Lo que fuese necesario para curar su corazón roto.

—¿Joe?

Suspiró de manera imperceptible y se giró hacia Anne.

—Dentro hacía mucho calor. Creo que ese whisky estaba demasiado cargado.

Su amiga la miró con atención y Joe supo que no había conseguido engañarla. Sin embargo, Anne asintió y se acercó a ella.

—Lo cierto es que hay mucha gente ahí dentro —comentó—. Se agradece el cambio de temperatura.

Joe asintió y las dos permanecieron en silencio durante varios minutos, observando el jardín que se abría ante ellas. A pesar de que era de noche, las farolas iluminaban lo justo como para poder pasear sin una linterna y otorgaba al lugar cierta intimidad. Era lógico, aquel sitio estaba pensado para celebrar bodas y mucha gente lo que buscaba era precisamente un lugar recogido, fuera de las miradas de los demás. Joe se lamentó un poco de que fuese invierno y de que la mayor parte de los árboles y arbustos estuvieran sin hojas. Se preguntó si permitirían visitas en primavera y desechó la idea con rapidez al darse cuenta de lo estúpida que era. Nadie visitaba un lugar así si no era para asistir a una boda.

Desvió la mirada al ver que Anne cogía un copo de nieve y se dio cuenta de que había empezado a nevar. Caían sin prisa pero sin pausa sobre ellas y Joe alzó la cabeza para que le cayesen sobre la cara. A pesar de que le gustaba la primavera, con todo florido, reconocía que sentía cierta debilidad por la nieve. Le daba paz.

—Al final no me lo has contado —comentó Anne de repente.

—¿El qué?

—Dónde aprendiste a bailar.

Joe resopló una carcajada.

—Hace años salí con una coreógrafa y aprendí algunos movimientos.

Anne le dio un suave codazo.

—Así que aprendiste de una profesional, ¿eh? Quizá debería pedirte unas clases.

—Aprendí cuatro bailes, tampoco te emociones demasiado.

—Ya me conoces. —Se encogió de hombros—. Me emociono por casi cualquier tontería. Y aprender algún paso que no conozco es una de ellas —añadió con una sonrisa que Joe le devolvió durante unos instantes. Anne suspiró—. Oye… No sé qué pasó ahí dentro, pero si ha sido culpa mía, te pido perdón. No quería hacerte sentir incómoda.

Joe se giró hacia ella con brusquedad.

—No has hecho nada, Anne. Sabes bien que jamás me harás sentir incómoda. —Miró al jardín de nuevo—. Ya te lo he dicho, hacía demasiado calor ahí dentro.

—Claro —respondió ella, poco convencida—. Aún así, si algún día quieres hablar, siempre estaré disponible. Eres mi mejor amiga y quiero que estés bien, así que si puedo ayudarte, aunque sea horneando pastas, lo haré.

Joe se rio sin poder evitarlo y la empujó con el hombro.

—Vamos, será mejor que volvamos dentro antes de que pillemos una neumonía.

Abrió la puerta y dejó que Anne entrase primero. La siguió, repasando su pequeña conversación, y se dio cuenta de que había confesado que salió con una mujer y que Anne no parecía haberle dado importancia. Sabía que era cosa suya el pensar que diría algo sobre el tema, que los rechazos previos por su orientación sexual habían hecho que esperase algún comentario negativo al respecto. Por eso no podía evitar sentirse un poco sorprendida, aunque en seguida se reprochó por ello. Anne no era así, era una persona tolerante que siempre la había respetado tal como era. Y aquello hacía que la quisiera aún más.

Recordó el momento en el que estuvo a punto de besarla, la mirada que le había dirigido, y no podía dejar de pensar en que había leído rechazo en ella. Y, por un pequeño instante, se preguntó si lo había interpretado bien, si, quizá, se había equivocado al pensar que su amiga era hetero. Se permitió fantasear con ello durante un segundo antes de apartar aquella idea. Siempre le había conocido parejas masculinas y nunca había comentado nada sobre salir con personas de su mismo género. ¿Cómo iba a pensar lo contrario?

Joe sonrió con tristeza al comprender que jamás podría pasar página con Anne, que el corazón siempre le sangraría por su amor no correspondido. Y aunque era algo que intuía, verlo con tanta claridad fue un duro golpe. Un revés doloroso que, en el fondo, necesitaba y por el que debía pasar. Al final, era un duelo que tenía que sufrir y debía empezar ya si no quería arriesgar su amistad.

Apreciaba mucho a Anne como amiga y como persona y no quería que aquello las distanciase. Le había ocurrido con otras personas, gente a la que había rechazado y que se había alejado de ella para evitar sufrir. Y no quería que le ocurriese también con Anne.

Al fin y al cabo, era su mejor amiga, parte de su familia. Y romper lazos así de fuertes era muy duro de superar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario