jueves, 4 de diciembre de 2025

6 - Confianza (Suavitober 2025)

Joe gimió y se abrazó a sí misma al sentir un fuerte pinchazo de dolor. Cuando pasó, alargó la mano y giró el despertador. Casi se echó a llorar al comprobar que aún faltaban dos horas para que pudiera tomarse otro analgésico. 

—Puta regla de mierda —gruñó, apretando los dientes al notar otro latigazo de dolor.

Se había despertado a media noche por culpa del dolor y no había sido capaz de volverse a dormir. La medicación consiguió aliviarla un poco, pero su útero estaba demasiado empeñado en hacerla sufrir. Joe no solía tener menstruaciones dolorosas, así que cuando venía más guerrera tenía que quedarse en la cama al menos un día entero.

Y lo odiaba.

Aborrecía tener que sufrir aquel martirio solo porque a la naturaleza le había parecido gracioso. El sudor frío, las náuseas, el dolor de cabeza por el llanto, el no encontrar postura… Todo iba sumando hasta que las lágrimas de rabia y  frustración se unían a las de dolor.

«Si al menos pudiera coger la bolsa de calor…» —pensó con amargura.

Solía guardarla en la mesita, junto a la cajita con la medicación para ocasiones como esa, sin embargo no estaba allí. Supuso que la sacaría para ponérsela en alguna contractura y se olvidó de guardarla en su sitio.

Se retorció de nuevo y gimoteó de dolor.

—¿Joe?

Apretó los párpados con fuerza y respiró hondo al escuchar la voz de Anne. Lo último que quería era preocuparla. La puerta se abrió y escuchó sus pasos hacia la cama.

—¿Aún en la cama, dormilona? —preguntó, divertida—. Vas a llegar tarde al curro.

—No voy a ir —respondió en voz baja.

El colchón se hundió un poco cuando Anne se sentó en ella y no tardó en notar que le ponía una mano en el hombro.

—Eh, ¿qué ocurre? —Su voz se tiñó de preocupación—. ¿Estás bien?

—Me ha bajado la regla.

Anne suspiró.

—¿Necesitas algo?

—¿Sabes hacer una histerectomía?

Ella la golpeó con suavidad.

—Algo que esté a mi alcance, boba.

Joe resopló, divertida.

—¿Puedes traerme la bolsa de calor? Creo que la dejé en el salón, en el hueco que hay debajo del sofá.

—Claro.

Anne salió de su cuarto y Joe se abrazó la barriga de nuevo. Todavía faltaba hora y media para la siguiente dosis. Escuchó a Anne rebuscar en el salón durante un buen rato antes de que regresase.

—No la encuentro. ¿Seguro que la dejaste ahí?

—Juraría que sí. —Suspiró, resignada—. La verdad es que no recuerdo cuándo fue la última vez que la usé, así que puede estar en cualquier sitio.

—Puedo salir a comprarte una —se ofreció.

—No, no. En cuanto me drogue se me pasará.

Anne no respondió y se alejó para salir de la habitación. Habló segundos más tarde y, tras dos palabras, Joe comprendió que estaba al teléfono. Por lo que pudo escuchar, debía de hablar con Tobías para indicarle que hoy no iría a la pastelería y que se encargase de entregar los pedidos del día. Cinco minutos más tarde, la cama se hundió detrás de Joe cuando Anne se sentó en ella.

—¿Qué estás haciendo? —masculló al notar que levantaba las mantas.

—Quedarme para cuidarte —respondió Anne, metiéndose en la cama con ella.

—No hace falta.

Anne se acercó a ella y la abrazó por detrás. Joe sintió el calor emanando de ella y que parte de su malestar desaparecía. Normalmente le parecería mal que alguien lo hiciera, pero con Anne tenía la confianza suficiente como para que no le importase.

—Eres una gruñona —censuró ella—. Y más cuando estás mala.

—Mi útero está empeñado en arrancarse a sí mismo de mi cuerpo, perdona que no sea la alegría de la fiesta.

Anne se echó a reír.

—Y encima te pones irónica. Es que lo tienes todo.

Joe resopló pero no pudo evitar que se le formase una suave sonrisa en los labios. Permanecieron así durante un buen rato, hasta que Anne rompió el cómodo silencio que había en la habitación.

—¿Has avisado al trabajo? Puedo llamar por ti, si lo necesitas.

Ella sacudió la cabeza.

—Envié un correo electrónico hace tres horas. O cuatro, la verdad es que no me acuerdo.

—Es una suerte que no pongan pegas para estas cosas.

—Ya… Tuve un trabajo que despedía a la gente por pedir reposo durante uno o dos días por dolor menstrual.

—¿En serio? —Joe asintió y Anne resopló—. Qué asco de empresas. Esto no es algo que se elija.

—Para esa gente solo somos números. —Se encogió de hombros—. Por suerte, está legislado y es relativamente fácil de ganar.

—Sigue siendo un dolor de cabeza el tener que gestionar el papeleo. Y el recurrir el despido. A mí me darían ganas de prenderle fuego al sitio.

Joe soltó una suave risa entre dientes.

—Es gracioso que menciones eso…

Anne se incorporó un poco.

—¡No hablarás en serio! —exclamó—. ¿Lo quemaste?

—¿Esa es la opinión que tienes de mí? —preguntó Joe, fingiendo estar ofendida—. ¿Que voy quemando los sitios de los que me despiden?

Su amiga se ruborizó.

—Claro que no. Es que como lo has dicho así, pensé que habías sido tú.

Joe se giró un poco para mirarla.

—No fui yo. Nunca tuve que impugnar nada. Pero alguien sí que debió de enfadarse y quemó uno de los locales. Mentiría si dijese que no disfruté viendo arder aquel sitio.

—Supongo que no era un buen trabajo.

—El trabajo estaba bien, pero pagaban una mierda y los jefes eran unos gilipollas. —Resopló—. Por otro lado, eso me dio el empujón que necesitaba para acabar la carrera, así que no hay mal que por bien no venga.

Anne asintió y volvió a tumbarse.

—¿Y el trabajo que tienes ahora? —preguntó—. ¿Se portan bien? Quiero decir, no te caerá bronca ni te harán devolver las horas de hoy, ¿verdad?

—No, son gente legal. Piensa que trabajamos para el gobierno, no se van a pillar los dedos con cosas que ellos mismos han aprobado.

—Menos mal. Así no tendré que buscar cómo alquilar un lanzallamas.

Joe se echó a reír y levantó la vista hacia el despertador. Faltaban veinte minutos para que pudiera tomarse la medicación y decidió que no iba a esperar tanto. Se incorporó para tomarse los analgésicos y, al dejar la botella de agua en el suelo, notó los dedos de Anne sobre la espalda. Tenía la costumbre de dormir en ropa interior y no había sido consciente de ello hasta ese momento.

—No sabía que tuvieras un tatuaje —comentó su amiga.

Joe se giró un poco para mirar por encima del hombro.

—Pues tiene ya unos cuantos años —comentó—. ¿No te lo había enseñado?

Anne se rio.

—No compartimos cama desde los diez años y nunca hemos ido a la playa o a la piscina juntas.

—¿Ni siquiera te mandé una foto? —preguntó confusa, intentando no fijarse en que Anne no había mencionado esa posibilidad.

—¡Qué va! Me acordaría si lo hubieras hecho. —Trazó el diseño del tatuaje con los dedos, con suavidad, y Joe se vio obligada a contener un escalofrío—. Es bonito. Parece una constelación.

—Lo es. Es Faeris-56.

—No me suena.

—Claro, no has salido nunca de Gladius-15. —Se movió para coger su móvil y buscó la constelación en la extranet—. Es esta. Solo se ve desde el hemisferio sur de Taurus-7.

Anne cogió el teléfono para mirar la foto de la constelación.

—Es bonita. ¿Sabes? Nunca he ido a ver las estrellas.

Joe la miró sorprendida.

—¿Nunca? —Anne sacudió la cabeza—. Bueno, pues eso tiene que cambiar. A principios del año que viene hay una lluvia de estrellas, así que iremos a verla.

—Con la contaminación lumínica que hay en la ciudad, no veremos nada —comentó Anne entre risas.

Joe le quitó el teléfono y tecleó en él.

—He dicho que iremos a verlas. Hay un sitio a unos kilómetros de aquí desde el que se puede ver el cielo sin ningún problema. —Le ofreció el móvil—. ¿Ves? Podemos llevar unos bocadillos y acampar ahí.

Anne guardó silencio durante unos instantes.

—¿No será peligroso?

—No hay depredadores en ese bosque.

—No me refería a ese tipo de animal.

Joe la miró con atención y respiró hondo.

—Es seguro. Voy al menos una vez al año con los compañeros de trabajo. Pero, vaya, si te da miedo, puedo buscar otro sitio. Lo que pasa es que si quieres ver estrellas, ha de ser de noche.

—No, no. Me fío de ti. El lugar es bonito, pero mi mayor experiencia con la naturaleza son los parques de la ciudad.

—¿En serio? Pero si el colegio tenía excursiones al campo.

—Lo sé, pero la naturaleza me da mucho respeto —respondió Anne con una carcajada.

Joe se incorporó de golpe.

—¡Es verdad! Siempre te quedabas en casa porque estabas mala —Soltó una carcajada—. Y yo que pensaba que tenías una salud de mierda.

—No eran obligatorias, así que no tenía por qué ir —sonrió Anne. Hizo una pausa antes de volver a hablar—. Veo que estás mejor.

Joe parpadeó y se tumbó de nuevo.

—Solo noto una molestia y es tolerable. Menos mal que tenía la medicación.

Anne se acercó un poco más a ella y le rodeó la cintura con el brazo.

—¿Y a mí no me das las gracias? —comentó con un puchero fingido—. Te recuerdo que me has usado como bolsa de calor porque no encontrabas la tuya.

De repente, Joe notó calor en bajo vientre que nada tenía que ver con la menstruación y se quedó en silencio unos segundos antes de girarse hacia ella por inercia.

—¿Qué pasa, que quieres una recompensa?

—Puede. —Se acurrucó contra ella, escondiendo el rostro en su cuello—. ¿Qué me ofreces?

—No funciona así, Bollito —dijo entre risas—. Eres tú la que quiere una compensación, así que tú dirás.

—Pues podríamos… No, da igual. —Se interrumpió y suspiró—. La verdad es que no quiero nada, solo estaba bromeando.

Joe guardó silencio y observó a su amiga. No podía verle bien la cara porque la tenía escondida contra ella, pero le había parecido escuchar un tono frustrado y resignado en su voz. Le acarició la espalda con suavidad antes de hablar.

—Vamos, cuéntamelo. ¿Qué es lo que se te había ocurrido?

—Que no, que da igual. Era una tontería.

—Anne…

Su amiga suspiró de nuevo.

—Joe, solo estaba bromeando. Eres mi amiga y si estás mala te cuidaré, no necesito ninguna compensación por ello.

—Está bien —capituló con voz amable.

Había notado que Anne se estaba empezando a molestar y no quería discutir con ella por una tontería así. Sabía que no tenía por qué agradecerle esto, pero quería hacerlo y encontraría la manera.

Empezó a notar el cansancio de haber pasado la noche en vela y bostezó un par de veces. Anne se movió un poco.

—Seguro que no has dormido nada —comentó—. ¿Quieres que me vaya para que puedas descansar?

—No me molesta que estés aquí —respondió Joe con voz adormilada—. Pero si quieres irte, no te voy a retener. Seguro que tienes cosas que hacer.

Ella se acurrucó un poco más.

—¿Bromeas? Fuera hace frío y estoy muy a gusto aquí, calentita. Además, no voy a negarme a una siesta mañanera. Son las mejores.

Joe no dijo nada porque estaba de acuerdo con ella. No tenía problemas para descansar por las noches, pero cuando mejor se levantaba era tras haber dormido por la mañana, justo antes de comer. Se acomodó un poco más en la cama, adaptándose a la postura de Anne, y cerró los ojos.

Lo cierto es que nunca imaginó que volvería a compartir cama con ella. De niñas hacían fiestas de pijamas casi cada fin de semana, pero eso se acabó en cuanto empezaron el instituto. Aunque seguían hablando, ya no compartían amistades y era más complicado quedar. Y más aún cuando empezaron a tener pareja. A veces Joe se sorprendía al darse cuenta de que, aún siendo tan diferentes, siguieran llevándose tan bien y pudiesen hablar de cualquier cosa. Sabía que las amistades se basaban en eso, en tener la confianza suficiente como para tratar cualquier tema y ella se sentía muy afortunada de tener a alguien así en su vida. Y aunque no le faltaban amigos, Anne era la persona que más tiempo había permanecido a su lado. Por otro lado, también se le hinchó un poco el pecho de orgullo al darse cuenta de que Anne también confiaba ciegamente en ella.

Esbozó una pequeña sonrisa y suspiró de manera imperceptible. Sí, podía pedirle un montón de cosas a la vida, pero desde luego tener a Anne como amiga era una de las que más agradecida estaba. 

Volvió a bostezar y, esta vez, dejó de luchar contra el cansancio. Ya le daría vueltas a todo más tarde, cuando la regla no estuviese molestando demasiado. 

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