domingo, 21 de diciembre de 2025

8 - Constelación + Huella (Suavitober 2025)

 

En cuanto llegó  al final de la cuesta, Joe respiró hondo y miró el paisaje que se abría ante de ella. El bosque de abetos se extendía durante kilómetros y kilómetros, entremezclándose con otros árboles sin hoja. La nieve caída durante las semanas anteriores cubría la gran mayoría de las copas, dando la sensación de ser un mar blanco.

Sonrió.

Descubrió aquel sitio en una de las rutas que había hecho. En algún punto se desvió del camino macado y acabó allí, en un pequeño llano en mitad de la montaña. No era muy grande, lo justo para dos o tres tiendas unipersonales, pero precisamente eso era lo que le gustaba a Joe. Con árboles rodeando tres lados y la pared de la montaña en el cuarto, le daba la sensación de ser un lugar muy acogedor.

—¿Me echas… una mano?

La voz exhausta de Anne le hizo volver a la realidad. Avanzó hacia el borde de la cuesta y cogió la mano que su amiga le ofrecía. Tiró de ella con facilidad y la guio hacia una piedra para que pudiera sentarse. Anne se inclinó hacia adelante, con los brazos apoyados en los muslos, y cogió aire en grandes bocanadas.

—No sé cómo… he podido dejarme… convencer para esto…

Joe se echó a reír.

—Querías ver las estrellas, ¿verdad?

Anne respiró hondo y se incorporó un poco.

—Sí. Eso es exactamente lo que quería. Ver las estrellas. No apuntarme a la lista de espera para un trasplante de pulmón. —Volvió a coger aire—. Creo que se me ha muerto uno de ellos.

—¡Qué exagerada eres! —Se giró hacia el paisaje—. Fíjate en las vistas. ¿No te parecen espectaculares?

Anne la miró a antes de suspirar y levantarse. Con paso lento se acercó a ella para mirar el paisaje. Joe sonrió al ver cómo la expresión cansada de su amiga cambiaba para formar una de asombro y felicidad.

—Vale, tienes razón: Las vistas son increíbles.

—Pues tendrías que verlo en primavera. —Se cruzó de brazos—. Es un festival de colores.

—Entonces tendremos que volver en primavera.

Joe la miró un poco sorprendida. Acto seguido, esbozó una sonrisa burlona.

—¿Estás segura, Bollito? No sé si habrá tantos pulmones para reponerte.

Anne resopló con fastidio.

—De aquí a primavera seguro que estoy más en forma. O no. —Hizo un gesto con la mano—. Da igual. Me gusta la primavera. Me gustan las flores. Creo que podré sacrificar el otro pulmón para ver esto.

Joe se echó a reír y Anne la imitó al momento. Juntas, comenzaron a montar la tienda de campaña, un modelo viejo que había que anclar al suelo. Aquello las hizo reír en más de una ocasión, aunque también se dieron algún que otro susto cuando a Anne se le escapó una cuerda. Después, montaron el pequeño fuego artificial. Desde hacía siglos estaba prohibido hacer hogueras en los montes, así que se inventó un aparato que se colocaba en el suelo y que ofrecía luz y calor. No contaminaba, pesaba poco y, lo más importante: no provocaba incendios.

Puesto que su idea era la de ver una lluvia de estrellas, habían decidido salir después de comer, así que pronto se hizo de noche. Las dos amigas se sentaron junto al fuego para cenar y calentaron un poco de café. Joe había llevado un par de esterillas aislantes para que no se les congelase el culo y se sintió satisfecha al ver que Anne parecía estar cómoda. La temperatura también descendió al irse el sol, así que se taparon con los sacos de dormir y bajaron la intensidad del fuego.

—Parece que la previsión del tiempo acertó —comentó Anne, dando un sorbito al café.

—Me preocupé de revisar la previsión para toda la semana —respondió Joe y exhaló una bocanada de aire para ver cómo se convertía en una nubecita blanca—. No iba a subir hasta aquí para quedarnos atrapadas por una ventisca.

Anne se giró hacia ella con brusquedad.

—Espera. ¿Eso puede pasar?

—Estamos en mitad de las montañas, claro que puede pasar —contestó ella de manera distraída—. Incluso aunque la previsión haya dado cielos despejados. El tiempo es bastante impredecible.

La miró al notar que no respondía y pudo ver que Anne tenía una expresión de puro terror. Suspiró.

—Oye, no vamos a morir aquí —le aseguró—. Aunque nos atrape una ventisca, estamos localizadas y no estamos en un lugar inaccesible.

—¿Segura?

Joe no pudo evitar sonreír.

—Muy segura. Jamás te pondría en peligro, así que he tomado todas las precauciones posibles. —Se movió un poco para sacar un pequeño aparato en el que parpadeaba una pequeña lucecita—. Me he traído el GPS, he avisado al servicio de montañismo y de emergencias de nuestra ruta y del tiempo que pensamos quedarnos aquí, así como del lugar en el que acamparemos. —Guardó el GPS y miró por encima del hombro—. Ese fuego nos mantendría calientes durante varios días y he traído raciones de comida para emergencias. Y el kit para poder beber nieve. Podría estar aquí una semana y no morirnos.

Anne respiró hondo y asintió, algo más tranquila.

—Espera, ¿no se puede comer la nieve?

—A ver, puedes hacerlo, pero no es aconsejable. Comer nieve te deshidrata más de lo que te hidrata porque el cuerpo tiene que trabajar para derretirla en el estómago. Y aunque la bebas en forma líquida, la nieve no es agua limpia. Cuando cae, va cogiendo toda la mierda que haya en el aire y, después, en el suelo sobre el que cae. Seguramente no te mate, pero igual te produce una diarrea y, teniendo en cuenta que estamos hablando de hidratarnos, pues tampoco es conveniente.

—¿Y cómo la haces potable? ¿Con pastillas?

Joe asintió.

—Las venden en muchos sitios y son relativamente baratas. Mucha gente que se muda a colonias nuevas las utiliza hasta que llegan las plantas potabilizadoras.

—Tiene que ser insoportable saber tanto —refunfuñó Anne, divertida.

Joe soltó una carcajada.

—No sé tanto, pero he viajado bastante. Y me gusta la montaña. Estás en mis dominios, Bollito. Al igual que yo estoy en los tuyos en otros temas.

—Lo sé, es solo que nunca hemos estado en mi elemento —susurró y se acurrucó debajo del saco de dormir, sujetando bien el café para no tirarlo.

—Oye, no quería hacerte sentir tonta. Ni que no sabes nada —se apresuró a decir Joe—. Lo siento, no me he dado cuenta.

—¡No, no es culpa tuya! —replicó Anne y la miró con atención—. Sé que es una tontería, pero a veces me gustaría demostrarte que también sé cosas. Y que se me dan bien.

Joe la miró con sorpresa.

—Anne, no necesitas demostrarme algo que ya sé —contestó con firmeza—. Tienes una mano con la cocina que es envidiable, ¿tú has visto la lista de espera que tienes? Y eso que te has decantado por la repostería, pero no he olvidado lo bien que se te da tocar el piano. O patinar. O bailar. ¡Y tu memoria! —Sacudió la cabeza con una sonrisa—. Lees la página de un libro y te acuerdas de cada punto y cada coma. El terror de los profesores. ¡Ya quisiera yo tener la mitad de tu memoria fotográfica!

Anne desvió la mirada, azorada.

—No sabía que me conocías tan bien…

—Soy tu mejor amiga, claro que te conozco bien. —Hizo una pequeña pausa—. Si quieres, mañana podemos cocinar alguna cosa. O ir a patinar. Lo que te apetezca.

La cara de Anne se iluminó y el pecho de Joe se calentó por el amor que sentía por ella. ¿Cómo era posible que una mujer así se subestimase tanto? ¿No era consciente de la luz que irradiaba cada vez que sonreía? ¿De que su talento y su carácter le habían abierto muchísimas puertas y que ahora tenía el éxito que se merecía debido a ello? Joe suspiró al darse cuenta de que a veces no somos conscientes de nuestro propio valor, de que asumimos que lo que hacemos es lo normal y que por ello no le damos la importancia que merece.

—¿Harías eso por mí? —preguntó ilusionada.

—Haría lo que fuese por ti, Bollito.

—Creo que nunca te he dicho lo afortunada que me siento de tenerte como amiga —soltó Anne de repente—. Eres una de las personas que más huella está dejando en mi vida —Desvió la vista hacia el cielo y siguió hablando con un tono de voz cargado de cariño—. Aunque supongo que ya lo sabías. Siempre has tenido como un sexto sentido para eso.

Joe abrió la boca para responder pero fue incapaz. Aquella afirmación le había cogido con la guardia baja y todavía la estaba asumiendo. Bebió un poco de café en un intento por ganar tiempo y pensar una respuesta.

—No es tanto un sexto sentido como intuición. De todas formas, agradezco que me lo digas. Siempre es bonito escuchar ese tipo de cosas. —Hizo una pequeña pausa—. Creo que yo tampoco te lo he dicho nunca, pero también me siento afortunada de tenerte en mi vida.

Anne no respondió. Dejó el café en el suelo y se acercó a ella para abrazarla con tanta fuerza que casi se cayeron al suelo.

—¡Ten cuidado! —rio Joe—. No sabes lo mal que sale el café de los sacos de dormir.

Su amiga se echó a reír.

—¡Lo siento! Es solo que te quiero mucho, Joe.

—Yo también te quiero, Anne —respondió en un tono de voz más suave.

Anne se separó un poco y Joe le sostuvo la mirada unos segundos antes de ver un destello por el rabillo del ojo. Fijó su atención en el cielo y pudo ver una estrella fugaz. Sonrió.

—Venga, siéntate bien. Que te vas a perder el espectáculo.

—¿Qué? —Se giró con rapidez—. ¿¡Ya ha empezado!? —Se apresuró a coger su café y regresó al lado de Anne, donde se sentó entre sus piernas. Miró a Joe por encima de su hombro—. ¿Ves bien?

—¡Cuidado no vayas a tapar el cielo! —respondió con una carcajada.

Su amiga le dio un suave empujón y ella se volvió a reír. Vieron caer las estrellas mientras bebían café y Joe también aprovechó para enseñarle algunas constelaciones, sobre todo sus favoritas. Anne escuchaba con atención y se recostó sobre ella en cuanto se acabó el café. Joe se movió un poco para adoptar una postura más cómoda y apoyó la espalda contra un árbol para no perder el equilibrio.

Varias horas más tarde, Anne dejó de responder y Joe comprendió que se había quedado dormida. Se rio entre dientes con suavidad y la cogió en brazos con cuidado para no despertarla. La colocó con suavidad sobre la esterilla y la tapó bien con el saco de dormir. La observó unos segundos antes de retirarse para recoger un poco lo que habían dejado fuera. En cuanto acabó, comprobó el fuego y se metió en la tienda con Anne.

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