martes, 7 de octubre de 2025

2 - Respiro (Suavitober 2025)

  

Joe agradeció en silencio que Marisa hubiese reservado con una semana de antelación. Por lo general, el Seven Sisters era un lugar bastante tranquilo, pero aquel sábado estaba a reventar. Curiosa, le preguntó a un camarero y este contestó que se habían juntado varias celebraciones («Una despedida de soltera, un ascenso y varios cumpleaños», fueron sus palabras exactas) y les pidió un poco de paciencia a la hora de ser atendidos. Ninguno tenía prisa, así que se dedicaron a contar anécdotas de su juventud y a brindar por ellas mientras la comida iba llegando.

Después del postre, y la entrega de regalos, decidieron ir a otro sitio a tomar la última copa. Mientras se encaminaban hacia la salida, Joe sonrió al ver a Anne sentada en la barra, sin embargo, se le borró en cuanto vio que solo había una copa delante de ella. Preocupada, se acercó con rapidez.

—¿Anne?

La aludida levantó la vista un instante y la apartó con rapidez al ver que se trataba de ella. Joe tensó la mandíbula al darse cuenta de que había llorado. El maquillaje, que tan bien realzó sus rasgos, estaba corrido alrededor de los ojos y las mejillas.

—¿Dónde está? —siseó con ira y Anne volvió a mirarla— ¿Dónde está ese capullo para que pueda matarlo?

—No-no me ha tocado —contestó con un hilo de voz—. A decir verdad, ni se ha presentado.

—¿Qué?

Anne suspiró y Joe le hizo un gesto a sus amigos antes de sentarse a su lado.

—En el restaurante me dijeron que había llamado para informar que no asistiría. Ni siquiera me ha escrito para decírmelo. —La voz se le rompió al hablar y Joe puso una mano sobre su hombro.

—Valiente cabronazo —gruñó—. Lo siento mucho, Anne.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué más da? —Dio un trago a su bebida—. Ya te lo dije, estoy gafada. Primero, se quema la cocina del restaurante; después, se me inunda el piso por culpa del vecino; y para rematar mi hermana se casa a finales de año y no acepta que vaya sola a la boda. —Enterró la cabeza entre las manos—. Y ahora, un tipo que parecía decente, ni siquiera se presenta a la cita.

Joe no supo qué responder, así que le acarició la espalda con suavidad.

—Sé que es un consuelo de mierda, pero a veces tenemos malas rachas —comentó al final—. ¿Has hablado con tu casero?

—Tienen que levantar todo el suelo porque la madera se ha hinchado; también hay que tirar varios muebles y comprar nuevos.

—Joder.

—Recogí mis cosas y las llevé a casa de mis padres mientras reparan el apartamento, pero la convivencia está siendo un suplicio. No me malinterpretes, son muy comprensivos y pacientes, es solo que… Tengo mis rutinas y mi manera de hacer las cosas, y eso hace que choquemos más de lo que me gustaría y la ansiedad me está pasando factura y… —Suspiró y volvió a beber.

—¿Por qué no me lo habías contado? Tengo un cuarto de sobra.

—No quería molestar —bajó un poco más la voz.

—Eres una idiota. Mañana te acompaño a casa de tus padres para que cojas lo que necesites y te vienes conmigo.

—Joe, no hace…

—No es negociable —la interrumpió—. Si vivir con tus padres está afectando a tu salud, no dejaré que sigas allí. Y tampoco es un trastorno para mí, he compartido piso más veces.

Anne guardó silencio y los ojos se le inundaron de lágrimas. Alarmada, Joe se levantó y su amiga la abrazó con fuerza.

—Muchísimas gracias —hipó Anne sobre su camisa—. Otra vez que apareces con un salvavidas cuando estoy a punto de ahogarme.

Joe soltó una suave carcajada.

—Creo que estás exagerando. Además, tú te has acercado al bar donde te dije que estaría.

Anne se separó y se secó las lágrimas con el dorso de la mano, esparciendo lo que quedaba de su maquillaje. No la miró cuando habló.

—Pensé en ti al salir del restaurante. Pero cuando entré aquí, me arrepentí. No quería cortar tu noche de diversión por una tontería.

—Ya estamos otra vez con lo mismo —resopló Joe—. Sabes que puedes llamarme para lo que quieras, Anne. Y lo digo en serio —añadió cuando ella frunció los labios—. Tienes la mala costumbre de guardarte todo para ti porque no quieres molestar y no es bueno. Somos amigas y las amigas están para lo bueno y para lo malo. Y eso incluye llamarme cuando me estoy divirtiendo porque el tío con el que has quedado es un capullo de mierda que te ha dejado tirada.

Anne se echó a llorar de nuevo y Joe la abrazó con fuerza. Le dolía muchísimo verla tan rota y le daba rabia que no la hubiera llamado antes. A saber cuántas semanas llevaba aguantando en casa de sus padres, tragándose la ansiedad como buenamente podía. Dejó que se desahogara en su hombro y buscó a sus amigos con la mirada. Seguían esperándola cerca de la entrada del bar con gesto preocupado y ella sacudió la cabeza con suavidad. Caleb y Marisa levantaron un pulgar para darle ánimos y abandonaron el local.

—Vamos, te vienes conmigo a casa —comentó, apartándose un poco de Anne.

—¿Qué? ¡No! No hace falta, Joe, puedo ir a casa de mis padres, no hay…

—¿Crees que voy a dejar que vayas allí tal y como estás ahora? ¿Para que mañana te despiertes estresada porque tienes que fingir que la cita ha ido bien?

Anne hizo un mohín.

—No voy a fingir que ha ido bien.

Joe enarcó una ceja.

—¿Estás segura? Yo creo que mentirás cuando te pregunten; les dirás algo como que ha ido bien pero que no estás muy segura de que sea tu tipo. Y luego esperarás unos días antes de decirles que has decidido no volver a verlo.

Anne resopló y apartó la mirada.

—Te odio.

Ella soltó una suave carcajada.

—No me odias, solo odias que te conozca tan bien. —Sacó un pañuelo de papel y trató de limpiarle la cara, sin demasiado éxito—. Se te ha echado a perder el maquillaje. Con lo guapa que estabas y ahora pareces un mapache.

Anne no respondió al momento.

—¿Crees que estaba guapa?

—Claro que sí —resopló Joe, haciéndole un gesto al camarero para pagar la copa de Anne—. Siempre lo estás, ya lo sabes.

—No, nunca me lo habías dicho.

En ese instante, Joe fue consciente de que había hablado más de la cuenta y maldijo en silencio las tres cervezas que se había tomado durante la cena. Pagó al camarero y cogió el bolso de su amiga.

—Bueno, pues ahora ya lo sabes —respondió, intentando que su voz no sonase demasiado brusca—. Vamos, salgamos de aquí.

Anne la siguió en silencio al exterior. Caminaron por la calle sin decir ni una palabra hasta los ascensores. La mente de Joe no dejaba de darle vueltas al desliz que había tenido y aquello no hacía más que aumentar el enfado consigo misma. Sí, era consciente de que las amigas se decían lo arrebatadoras que estaban, lo bien que les quedaba el maquillaje y la ropa y que se iban a comer el mundo nada más salir por la puerta. Sin embargo, aquello no era lo habitual entre ellas dos y le daba miedo que Anne se sintiese incómoda sabiendo que le gustaba. Tenía claro que a ella no le importaba su orientación sexual, pero su experiencia con otras personas le había enseñado que había quien sí se molestaba al saber que una persona cercana tenía ciertos sentimientos.

Decidió apartar aquello de golpe antes de que le diese dolor de cabeza y miró a su amiga.

—¿Lo del restaurante tiene arreglo?

Anne parpadeó sorprendida por la pregunta y asintió.

—Como fue un accidente ajeno a nosotros, el seguro se está encargando de ello. Solo queda pintar el techo y colocar los azulejos, así que supongo que la semana que viene podamos abrir de nuevo.

—Me alegro. La ciudad no puede quedarse sin los mejores buñuelos de chocolate del universo.

Aquello arrancó una carcajada a Anne y Joe sonrió complacida.

—Eres una exagerada. Hay gente mucho mejor que yo. Por ejemplo, en Hydra-86 está María De La Torre, que ha ganado un montón de premios.

—Cuando pruebe uno de sus buñuelos de chocolate, decidiré si son mejores que los tuyos.

Anne no dijo nada, simplemente se ruborizó y abandonó el ascensor. Joe la siguió en silencio. No iba a permitir que su amiga se hundiera también con ese tema, no en ese momento. Las dos sabían que había mucha gente mejor que ella, pero eso no restaba valor a que Anne era muy buena en lo que hacía. Buena prueba de ello era su lista de espera. Si querías algo hecho por ella, tenías que pedirlo casi con un año de antelación.

—Voy a pedir un aerotaxi —comentó al tiempo que sacaba su móvil—. Así llegaremos antes.

—No hace falta que lo pidas porque parezca un mapache —replicó Anne con una mueca—. Podemos ir en metrobús.

—¿Y que se pare a medio camino? —preguntó Joe, divertida. Su amiga la empujó con suavidad—. Cuanto antes lleguemos a casa, antes te puedo preparar un baño y antes te puedes relajar. Necesitas un respiro, Anne. Estás a un pequeño contratiempo más de romperte en mil pedazos.

Ella abrió la boca para replicar, pero pareció cambiar de idea cuando su indignación pareció cambiar a resignación.

—Bueno, tú arreglas cosas, ¿no? Estoy segura de que podrías recomponerme sin problemas.

Joe enarcó una ceja y apartó su atención del móvil para centrarla en ella. Necesitó un segundo para que su corazón se recuperase del salto que había dado al oír aquellas palabras.

«No ha sido un flirteo, simplemente está molesta porque no dejo de burlarme de ella».

—Reparo motores, no cosas delicadas —comentó, terminando de teclear la dirección en la que estaban.

Anne se encogió de hombros.

—Siempre hay una primera vez, ¿no te parece? Además, eres mi mejor amiga. No hay nadie en quien más confíe que en ti.

Y sonrió. Una sonrisa amplia y cálida que dejó a Joe sin palabras. La misma sonrisa que la enamoró cuando eran unas niñas llenas de barro, cuando aún estaba descubriendo su atracción hacia las mujeres. Muda como una estatua, la siguió con la mirada mientras se bebía cada gesto y expresión de Anne. La suave risa que soltó cuando acarició a un perro y éste le lamió la cara. La expresión de sorpresa que iluminó su rostro al ver una taza en forma de calabaza en un escaparate. El cariño de su mirada cuando el aerotaxi llegó y Joe le abrió la puerta para dejarla entrar primero.

«Tienes un problema de la hostia, Joe», pensó en cuanto se sentó al lado de Anne. «O te marchas a otro planeta para olvidarla, o vas a estar jodida para siempre».

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