sábado, 11 de octubre de 2025

3 - Mimo (Suavitober 2025)

La puerta del dormitorio de Anne se abrió y Joe levantó la mirada de la tablet. Su amiga apareció en la cocina arrastrando los pies, con un pijama de ositos y frotándose un ojo.

—Buenos días, princesa —saludó Joe, divertida.

Anne respondió algo que no logró entender pero que parecía ser un saludo. Miró a su alrededor hasta centrar su atención en la taza de Joe.

—¿Café?

Joe soltó una carcajada y se acercó a ella para dirigirla hacia una silla, donde le indicó que se sentase.

—Yo te lo preparo.

Anne murmuró un gracias y Joe se puso a trabajar. Aunque no era barista, tenía una buena cafetera en la cocina. Había tenido que pagarla a plazos, pero no se arrepentía. El café era uno de sus pocos caprichos y se había cansado de tomarlo en casa de cualquier manera.

—¿Me has hecho un capuchino? —preguntó Anne al dar el primer sorbo.

Joe frunció el ceño, confusa.

—Pensé que era tu favorito porque siempre lo pides, pero puedo prepararte otro café si no te gusta.

—¡No, no! —replicó ella al ver que se levantaba—. Has acertado, es solo que no me lo esperaba. —Dio otro sorbito al café—. Gracias.

Joe hizo un gesto para restarle importancia.

—¿Quieres algo de comer? No tengo nada dulce, pero puedo ir a comprar algo en un momento.

Anne se ruborizó y sacudió la cabeza.

—De verdad, Joe, no hace falta. Me estás tratando como si fuese la hija de un millonario y solo soy una mujer normal y corriente.

Joe se echó a reír y desvió la atención hacia su propio café. Le dio un sorbo para intentar relajarse.

—Perdona, solo quería que estuvieses cómoda.

—Siempre voy a estar cómoda contigo.

A Joe casi se le cayó la taza al escucharla. La calidez con la que habló, sin mirarla, como si aquellas palabras fuesen de conocimiento público, la dejó aturdida durante unos segundos. Carraspeó con suavidad.

—Entonces, ¿no quieres que te acompañe?

—Nah, no te preocupes. Cogeré el metrobús hasta allí y luego me traerá mi padre. Ayer era muy tarde para informarles de la situación, así que tengo que hablar con ellos. —Se encogió de hombros—. Seguramente me quede a comer, así te despreocupas de mí.

—Te daré una llave de la casa. —Se levantó y fue hacia su cuarto. Rebuscó en el cajón de la mesita y sacó una tarjeta de color gris. La examinó para comprobar que era la que buscaba y regresó a la cocina—. Ten. Está actualizada de la última vez que compartí piso.

Anne cogió la tarjeta y miró a Joe con curiosidad.

—¿Compartías piso?

Joe recuperó su café y se apoyó en la encimera.

—Cuando necesito un ingreso extra, alquilo la habitación a los estudiantes. La universidad no está muy lejos y el metrobús que sale a un par de calles de aquí, va directo.

—Eso explica porqué estaba casi vacía. Así ni acumulas, ni tienes que romperte la cabeza buscando dónde guardar las siete tazas que compraste en un arrebato.

—¿Te estás metiendo con mi colección de tazas? —preguntó Joe, divertida.

—Pues ahora que lo dices, creo que tienes demasiadas —respondió ella, mirando hacia uno de los armarios con cristales de la cocina—. Ahí cuento como siete millones.

—Creo que hay alguna más.

Anne se echó a reír y se acabó el café. Dejó la taza en el fregadero y se giró hacia Joe.

—¿Te importa si me ducho primero?

A pesar de que su piso tenía dos habitaciones, tan solo tenía un baño. A Joe nunca le había molestado eso y se adaptaba bien a los horarios de las demás personas. Además, su jornada laboral por las mañanas empezaba muy temprano y, como casi siempre alquilaba a estudiantes, se levantaba mucho antes que ellos.

«Eso me recuerda que tengo que hacerle hueco en el baño», se recordó y le dio otro sorbo a su café.

—Sin problema. De todas formas, tengo que limpiar esa habitación, así que me ducharé en cuanto termine. Que una cosa es que pases una noche y otra que tengas que compartir la cama con las arañas y pelusas.

—Bueno, tampoco estaba tan sucia. Creo que la Señora Ochopatas y yo seremos buenas compañeras de cuarto.

Joe soltó una suave carcajada y no añadió nada más. Observó cómo abandonaba la cocina y respiró hondo antes de centrarse en el artículo que estaba leyendo. Media hora más tarde, Anne asomó la cabeza.

—¿Aún sigues ahí? —Joe levantó la cabeza y ella se acercó para mirar por encima de su hombro—. ¿Qué estás leyendo con tanto interés?

—Información sobre los nuevos motores que se implementarán en los coches el año que viene —respondió—. Mucho más eficientes y con menor consumo. —Amplió un par de fotos para enseñárselas—. Voy a tener que hacer algún curso de adaptación, pero me muero de ganas de meterles mano.

—¿Meterles mano? ¿Son motores o ligues?

Joe se giró hacia ella con brusquedad y la empujó al ver su sonrisa burlona.

—Idiota. Sabes tan bien como yo que es una manera de hablar.

Anne se echó a reír.

—Seguro que la has usado para ligar más de una vez.

—Y de dos. —Regresó la vista al diseño del motor que se veía en la pantalla—. A algunas mujeres les gusta la mecánica, pero a otras lo único que les interesa es verme con el uniforme y manchada de grasa.

—Bueno, reconozco que tiene su aquel.

Joe levantó la mirada golpe justo a tiempo para ver a Anne abandonar la cocina. Quiso preguntar a qué se refería, pero no lo hizo. No quería escuchar la reafirmar lo que ya sabía y prefería mantener aquella pequeña fantasía en la que su amor era correspondido. Por supuesto, Joe era consciente de que no era sano, de que le haría daño, pero en aquellos momentos no se sentía con fuerza como para luchar contra ello.

«Eres idiota, Joe».

Acabó el café de un trago, apagó la tablet y se encaminó hacia el dormitorio de Anne. Sacó las pocas cajas que había allí y las guardó en su propio armario; también aprovechó para hacer tirar algunas cosas. Limpió el polvo y pasó el aspirador, añadió una lámpara para la mesita y un par de juegos de sábanas limpios que guardó en un armario. También buscó las mantas más gruesas que tenía. Tenía el vago recuerdo de que a Anne le gustaba dormir con peso sobre ella, pero como no estaba segura, añadió una manta más delgada por si acaso. Acto seguido, se metió en el baño y echó un vistazo; limpió un par de cosas y dejó un par de estantes vacíos en el pequeño armario que tenía allí.

Comió cualquier cosa después de ducharse y se sentó en su sillón favorito con una infusión y un libro. Tenía toda la tarde libre y quería aprovechar para avanzar con la historia. Se había quedado en un punto bastante interesante y quería saber si la protagonista conseguía sobrevivir.

Estaba tan enfrascada en la lectura, que dio un pequeño grito cuando Anne entró en el piso. Su amiga se echó a reír.

—Perdona, no quería asustarte.

—¿Asustarme? Casi me matas del susto —respondió Joe, acercándose. Señaló con la barbilla la maleta de Anne—. ¿Sólo traes eso?

—La maleta es de casi cien litros, ¿te parecen pocos? —respondió ella con una carcajada—. Traigo lo necesario para sobrevivir, tampoco quiero invadir demasiado.

Joe chasqueó la lengua.

—Mi casa es tu casa, ya lo sabes. Por cierto, te he hecho hueco en el armario del baño. Y también te he dejado sábanas y mantas en la habitación.

—Muchas gracias, Joe.

Anne sonrió, agradecida, y se metió en su cuarto para deshacer la maleta. Joe, por su parte, sacó el móvil para pedir la cena. No quería cocinar y se negaba a dejar que Anne lo hiciera. Al menos, no hoy. Preparar una maleta tan grande conllevaba tiempo para valorar qué cosas podrías necesitar y cuáles no. Y, por experiencia sabía que era algo agotador.

—¡Me has dado mantas gorditas y pesadas! —exclamó Anne al tiempo que salía de la habitación sujetando una manta.

Joe sintió que su corazón perdía un latido al ver la emoción en los ojos de su amiga.

—Claro. Siempre te gustó dormir con doce toneladas encima.

Anne se echó a reír.

—Eran quince, pero te has acercado bastante.

Abrazó la manta y abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión. Amplió la sonrisa y regresó a su cuarto para seguir colocando cosas. Joe se preguntó qué querría haber dicho, aunque seguramente fuese a darle otra vez las gracias por ser tan detallista. Sacudió un poco la cabeza y se centró en los restaurantes que aparecían en la aplicación.

—Voy a pedir la cena —informó a Anne al tiempo que se acercaba a la puerta de su cuarto—. ¿Tienes antojo de alguna cosa?

—Podemos pedir asiático —respondió ella.

Joe enarcó una ceja.

—Pero si no te gusta.

—Sí me gusta, pero no es mi favorita.

—Pues pedimos otra cosa.

Anne suspiró.

—No, porque vas a pedir mi comida favorita. Quiero cenar asiático, así que pídelo. A ti te encanta y seguro que hay algo que me gusta en el menú. No hace falta que me mimes tanto, no voy a salir corriendo si no lo haces.

Joe soltó una suave carcajada y se sonrojó un poco.

—Lo siento. Lo hago sin querer.

—Ya lo sé. Y lo entiendo porque yo haría lo mismo contigo. —Se rio—. Así que relájate. Además, en el peor de los casos, podemos pedir a dos sitios diferentes.

Y al final fue lo que hicieron. Pidieron a dos restaurantes completamente opuestos y compartieron la comida mientras elegían qué ver durante la cena. Anne se recostó sobre Joe hacia la mitad de la película y ella se movió para que estuviese más cómoda. Sin pensarlo, levantó una mano y le acarició el pelo con suavidad. Anne murmuró de gusto y se acurrucó un poco más contra ella.

La mano de Joe se detuvo tan solo medio segundo antes de volver a jugar con su pelo. Con cualquier otra mujer aquello hubiera significado el tantear si querían ir más allá y dejar la película a medias. Y, por un instante, sintió la tentación de probar suerte; de comprobar que, efectivamente, Anne no sentía nada por ella. Pero se contuvo. Era su amiga y la respetaba por ello. Y jamás se le ocurriría intentar nada con ella sin haberlo hablado antes. Porque, aunque eran amigas desde hacía años, Joe jamás le había confesado que era lesbiana. Y quería hacerlo, claro que sí, pero la última vez que se sinceró con una amiga hetero, esta cortó toda relación con ella porque pensaba que solo se había acercado a ella para ligar. Y aunque Joe estaba convencida de que Anne no reaccionaría así, la sombra del miedo aún era larga.

«Quizá más adelante, cuando le presentes a tu prometida y una los puntos».

Joe esbozó media sonrisa. Visto así, tampoco era tan mal plan.

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