
Joe miró el reloj y avanzó por la calle iluminada por farolas y carteles de neón. Había quedado a las diez para celebrar el cumpleaños de Caleb con sus amigos y le sobraban casi quince minutos, así que podía tomárselo con calma. Se metió en el ascensor y pulsó el botón del nivel siete.
—¡Espera! –gritó una voz justo cuando las puertas empezaban a cerrarse–. ¡Espera, por favor!
Con rapidez, apretó el botón de apertura y una mujer entró a la carrera en el ascensor. Una vez dentro, apoyó las manos en las rodillas y trató de recuperar el aliento. Joe la miró con atención durante medio segundo antes de apartar la vista hacia el exterior. Si una mujer corría así, era más que probable que alguien la estuviese persiguiendo. No vio nada y las puertas del ascensor se cerraron con un suave clic.
—Muchas gracias –jadeó la mujer al tiempo que se incorporaba. Pulsó otro piso diferente y se apartó el pelo de la cara antes de girarse hacia ella–. Llego tarde y… ¿Joe?
La aludida compuso una sonrisa socarrona.
—Vaya, me alegro de verte, Bollito.
—¡No me llames así!
La mujer la empujó con suavidad y Joe se rio con suavidad. La miró de arriba abajo y enarcó una ceja.
—¿Tienes una cita, Anne? –comentó de manera burlona.
Anne vestía con un vestido de flores amarillo y una chaqueta marrón oscura. El pelo, rubio y ondulado, caía sobre los hombros con naturalidad y el maquillaje, suave y en tonos marrones, remarcaba sus ojos grandes y sus labios en forma de óvalo.
Joe se obligó a apartar la mirada de su boca.
—Sí, he quedado con Marcos a las nueve y media, pero llego tardísimo por culpa del maldito metrobús. –Suspiró, frustrada–. Le he avisado, pero han tardado eones en arreglarlo.
—El transporte público de esta ciudad es una mierda –coincidió Joe–. Seguro que lo entiende.
«Y si no, avísame y le parto las piernas».
Ambas crecieron juntas y se convirtieron en mejores amigas hasta que acabaron el instituto. Después de la graduación, cada una siguió un camino diferente y la relación se distanció un poco. Anne quería convertirse en la mejor repostera de Gladius-15 y, por lo que Joe sabía, estaba cerca de conseguirlo. Por su parte, ella había preferido estudiar algo menos glamuroso y por eso era mecánica. Le encantaba llenarse las manos de grasa y destripar cualquier motor que cayese en sus manos.
Anne suspiró y Joe se centró en ella.
—Eso espero. Nuestra primera cita y llego tarde –Se rio con nerviosismo–. Si es que soy un desastre.
Joe tensó la mandíbula y se acercó a ella.
—Eh, no digas eso. El metrobús se estropea a menudo porque tiene un mantenimiento de mierda y todo el mundo lo sabe. No es culpa tuya.
—Ya lo sé. Es solo que… –Sacudió la cabeza–. Últimamente tengo muy mala suerte con todo y quería que algo saliese bien.
—La mala suerte no existe. –Anne la miró con un mohín que le hizo reír–. Bueno, para mí no existe. Pero cada persona es libre de creer lo que quiera.
En ese instante, el ascensor emitió un ruido extraño y se detuvo. Anne se acercó a las puertas y las tocó con las manos antes de encararse con el selector de pisos.
—No, no, no, no –gimió y pulsó uno de los botones varias veces–. No te pares ahora.
—Bueno, quizá sí que exista –comentó Joe, divertida.
—¡No tiene gracia! –exclamó ella con cierta brusquedad.
Joe se sorprendió al notar su tono de voz. Anne siempre había sido una persona que no se alteraba por nada, que lo enfocaba con una sonrisa y buscando el lado positivo a todo. Era una de las cosas que más le gustaban de ella y verla así, como un cachorrito asustado, le estaba partiendo el alma.
—Oye, seguro que ha sido un pequeño corte de luz –replicó con voz suave–. Ya verás como en unos segundos vuelve a funcionar. –En aquel instante, el ascensor se puso en marcha de nuevo–. ¿Lo ves?
Anne asintió y respiró hondo. Joe se mordió el labio inferior y se acercó a ella.
—Te veo muy estresada –comentó preocupada. Le apartó el pelo de la cara y apoyó la mano sobre su hombro–. ¿Qué es lo que ocurre?
—Es… –Suspiró y compuso una sonrisa resignada–. No importa. Seguro que solo es una mala racha.
Joe no insistió y se apartó de ella para dejarle espacio. A pesar de que ambas habían tomado un rumbo diferente en la vida, seguían hablando con regularidad y se veían al menos tres veces al mes. Y si alguna tenía un problema, o necesitaba hablar, se buscaban mutuamente. Y aunque le dolió que Anne no le contase lo que ocurría, comprendía que había cosas que no se podían compartir.
—Seguro que sí –contestó al final–. Aún así, si necesitas hablar, ya sabes dónde encontrarme, ¿vale? Aunque solo sea para pedirme que le parta la cara a alguien –añadió, divertida.
Anne se echó a reír.
—Con esos músculos seguro que lo puedes hacer con un solo brazo.
—Puedes apostar que sí.
Su amiga frunció un poco el ceño.
—¿Y tú qué haces por esta parte de la ciudad?
El ascensor se detuvo en el piso de Anne y las puertas se abrieron. Ella salió al exterior y se giró hacia Joe.
—Es el cumpleaños de un amigo. Estaremos en el Seven Sisters, en el nivel siete. Por si queréis pasaros luego.
—Me lo apunto.
Joe asintió y la miró de arriba abajo otra vez. Anne se ruborizó un poco y Joe pulsó el botón de su piso.
—Ve y diviértete.
Anne se despidió con un gesto de la mano y Joe suspiró en cuanto las puertas del ascensor se cerraron. Una parte esperaba que el tío aquel, Marcos, fuese el adecuado para Anne; la otra, esperaba que no. Joe se odiaba por pensar así y era consciente de que debía pasar página, pero no era tan fácil. Anne había la primera mujer de la que se había enamorado y la primera a la que nunca se había declarado. No tenía sentido hacerlo cuando era evidente que Anne solo estaba interesada en hombres.
El ascensor abrió de nuevo sus puertas y Joe apartó todos aquellos pensamientos de golpe. Había venido a divertirse con sus amigos, no a llorar por un amor no correspondido, así que metió las manos en la chaqueta y se encaminó al Seven Sisters.
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