jueves, 30 de octubre de 2025

4 - Paseo (Suavitober 2025)

Imagen del suavitober 2025 en el que aparecen los prompts y está seleccionado el 4: Paseo.

Joe levantó la mirada de la tablet y la fijó en su amiga. Anne estaba en la puerta de su cuarto, con las manos en la espalda y una sonrisa que dio luz a toda la estancia.

—¿Un paseo? —repitió Joe—. ¿Adónde quieres ir?

Anne se encogió de hombros.

—No lo sé. ¿Qué te parece el centro comercial? —Miró por la ventana—. Como está lloviendo, podemos pasear sin mojarnos demasiado. —Se acercó a ella—. Veenga, ¡salgamos juntas! Llevo un mes aquí y no hemos ido a ningún sitio. Salíamos más cuando vivíamos separadas.

Joe resopló divertida ante su puchero.

—¿Para qué salir de casa si te tengo aquí?

Anne le tiró un cojín.

—¡No es lo mismo! Vamos, te invito a un helado. O a un café. O a lo que quieras.

—Está bieeeen. Pero pienso pedir el helado más caro que tengan.

—¡Hecho!

Diez minutos más tarde, salían del apartamento en dirección al centro comercial. Era una caminata de veinte minutos, bajo la lluvia, pero a ninguna parecía importarle. A Joe le encantaban los días así y a Anne… bueno, parecía muy contenta de poder estrenar su chubasquero verde con estampados de flores. Joe reconocía que el diseño era bonito. En realidad, le gustaban aquellos colores tan brillantes, siempre y cuando los llevase otra persona. Ella prefería algo más neutro, como el gris, el negro y el marrón.

De repente, Anne perdió el equilibrio al saltar un charco y Joe alargó la mano para sujetarla. Su amiga se abrazó a ella, riéndose.

—Gracias. Has evitado que me dé una ducha de agua sucia.

—Con lo torpe que eres, ¿cómo se te ocurre intentar saltarlo?

Ella se volvió a reír y se separó.

—Porque sabía que tú me sujetarías. Siempre lo haces.

Joe resopló, resignada. Anne abrió la boca para añadir algo más, pero decidió cerrarla y continuar caminando. Por lo general, aquello no molestaba a Joe, sin embargo, en aquel momento quería saber qué iba a decir. Quería saber qué le había pasado por la mente para decidir guardárselo para sí misma. ¿Tendría relación con ella o, simplemente, iba a ser un comentario sin importancia?

Suspiró de manera imperceptible y se quitó la capucha al entrar en el centro comercial. Anne hizo lo mismo con el chubasquero y las dos avanzaron hacia la zona de restauración.

—Entonces, ¿vas a querer un helado? —preguntó Anne.

—Claro que sí. Ya te lo dije, voy a pedir el más caro que tengan.

—Puedes pedir otra cosa, ¿eh? No hace falta que sea un helado.

Joe frunció el ceño.

—¿Qué tienes en contra de los helados?

—¿Que son para el verano? —replicó Anne con una suave carcajada—. No puedo creer que los comas durante el otoño.

—Querrás decir todo el año. Especialmente en otoño e invierno. Siempre es más barato.

—Me preguntó por qué. —Se rio cuando Joe la empujó con suavidad—. ¿Hay heladerías abiertas aquí? Nunca he estado en este centro comercial.

Joe se encogió de hombros.

—Creo que sí. Normalmente lo compro en el supermercado. No suelo venir mucho por aquí.

Anne la miró con atención.

—¿No vienes nunca a dar una vuelta?

—Prefiero mirar la extranet. Muchas más cosas sin salir de casa.

—No lo dirás en serio.

—Claro que sí. Me tumbo en el sofá con la tablet mientras me tomo un café. Es súper cómodo.

Anne resopló, ofendida.

—¡Mira que eres aburrida! —Abrió los brazos en un intento de abarcar todo a su alrededor—. ¿Dónde está el encanto de los olores de los restaurantes? ¿De pasearse por las tiendas mirando y tocando los productos? El murmullo de las conversaciones de la gente, las risas y todo eso.

Joe se echó a reír.

—Eres una romántica.

—No es verdad, solo me gusta salir de casa y rodearme de gente.

—A mí también me gusta estar con personas.

Anne apretó los labios y Joe la encontró adorable.

—A ti te gusta quedar con tus amigos, a mí estar rodeada de gente que no conozco. No es lo mismo.

Joe ladeó la cabeza.

—¿Te has enfadado?

—¿Qué dices? Claro que no. —Respiró hondo y miró a su alrededor—. No sé. Me gusta pasearme mientras veo escaparates. Entrar en las tiendas a ver qué tienen. Tocar la ropa para asegurarme de que la tela me gusta, sentarme en un restaurante a comer algo solo porque me ha venido un olor muy rico. —Hizo una pausa—. Venir a sitios como este, o incluso pasearme por los distritos comerciales, me hace sentir menos sola.

Aquello sorprendió a Joe. Siempre había considerado a Anne una persona carismática, rodeada de gente que la apreciaba y que quería ser su amiga. Sin embargo, aquel comentario parecía indicar lo contrario.

—Anne, ¿va todo bien?

Ella se volvió, sorprendida.

—¡Claro que sí! ¿Por qué lo preguntas?

Joe se encogió de hombros.

—No sé, por tu comentario. Da la sensación de que estás sola y me he preocupado un poco.

—Ah, eso. —Esbozó una sonrisa amable—. Es la soledad de llegar a casa después de un mal día y encontrártela vacía. ¿Te ha pasado alguna vez?

Joe asintió. Aquel sentimiento se había incrementado con el paso de los años y lo odiaba. Siempre había sido bastante independiente y encontrarse sintiendo aquella soledad la había golpeado con más fuerza de la que esperaba.

—Sí, es una mierda. —La miró—. ¿A ti se te quita paseando rodeada de gente?

—A veces sí. —Soltó una carcajada—. Otras, me limito a cocinar. Luego reparto un montón de tuppers, pero eso es lo de menos —añadió entre risas.

En ese instante, Joe recordó que, en los últimos meses, Anne le había dado un gran número de tuppers. Apretó las manos, enfadada. Saber que una persona tan alegre como Anne, con una sonrisa capaz de rivalizar con el sol, se sentía sola le rompía el corazón. Recordó al capullo que la había dejado tirada semanas atrás y deseó poder cruzarse con él para partirle las piernas.

Quiso añadir algo más, decirle que todo iría bien y que ella estaría siempre disponible para hablar; pero se calló porque no podía darle a Anne el confort que buscaba. Sí, las amistades cubrían muchas cosas, pero había una necesidad a la que no llegaban y ambas sabían que, al hablar de soledad, hablaban de la soltería.

Apartó aquellos pensamientos al darse cuenta de que Anne se había detenido frente a un escaparate.

—¡Mira! Al parecer, sí que hay una heladería abierta. ¡Y tienen un montón de sabores!

Joe echó un vistazo a la carta que tenían en pantalla. Había muchas cosas que le llamaban la atención, pero el estómago se le había cerrado. Se sentía triste y miserable; una inútil por no conseguir pasar página y avanzar con su vida. En otras circunstancias, se habría inventado una excusa para irse a casa y fusionarse con el sofá; taparse hasta las cejas con una manta y llorar hasta quedarse dormida. Pero ahora compartían piso y no podía huir, así que se tragó todo aquel malestar y se forzó a elegir un helado.

—Este.

Anne frunció el ceño.

—Creí que ibas a pedir el más caro.

—Si lo hago, luego no ceno.

Su amiga miró el reloj y enarcó las cejas, sorprendida.

—¡Es verdad! —Se mordió el labio al tiempo que miraba a su alrededor—. ¿Y si cambiamos el plan?

Joe resopló, divertida.

—¿Qué se te ha ocurrido?

—Nos damos una vuelta por los niveles inferiores y luego te invito a cenar.

—Me parece bien, pero no hace falta que me invites a nada.

Anne se cruzó de brazos e hizo un mohín.

—¡Quiero hacerlo! Además, es mi dinero y me lo gasto en lo que me da la gana.

Joe no pudo evitarlo y se echó a reír.

—Estás adorable cuando te enfadas.

Aquello pareció ofender a su amiga.

—¿Adorable? Que sepas que mucha gente me tiene miedo cuando me enfado. Soy implacable. La personificación de la rabia. Un ente iracundo capaz de destruirlo todo a su paso.

—Supongo que con una sartén en la mano, sí que das miedo —se burló Joe.

Anne hizo otro mohín y Joe se rio. Le pasó un brazo por encima de los hombros y empezó a caminar hacia el ascensor.

—Vamos, vamos. No te enfades. Sabes que te lo digo con cariño.

La expresión de Anne se suavizó y sonrió con aprecio.

—Ya lo sé. Tú nunca me harías daño. Además, he conseguido mi objetivo de invitarte a cenar.

—Lo que has conseguido es que acceda a dar una vuelta y luego a cenar —replicó, tocándole la punta de la nariz con el dedo—. Ya veremos quién paga al final.

Anne no respondió y las dos entraron en el ascensor. Joe se separó de ella y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Sabía que le estaba dando demasiadas vueltas a todo y que no pasaba nada porque le hubiera rodeado los hombros con el brazo, pero con los sentimientos tan a flor de piel como los tenía, prefería mantener cierta distancia. Por su propio bien.

Caminaron por el largo pasillo del centro comercial, esquivando gente y mirando escaparates de tiendas de ropa y de hogar. Joe le compró a Anne una taza en forma de gatito que había mirado durante mucho rato antes de dejarla en el estante. Lo hizo sin que se diese cuenta y aquello le costó un suave puñetazo en el hombro, seguido de un batiburrillo de palabras de agradecimiento.

—Solo es una taza.

—¡Pero es una taza muy bonita! —exclamó Anne—. Voy a dejarla en tu casa para poder usarla siempre que te visite.

—Estaría bien porque, sin contar ahora que estás viviendo conmigo, has venido un total de cero veces.

—¡Eso no es…! —Anne se interrumpió y se ruborizó, avergonzada—. Vale, sí, es cierto. No he ido nunca a tu casa. ¿Por qué no me lo has dicho?

Joe se encogió de hombros.

—Pensé que preferías quedar en la tuya. Tampoco es algo importante, Anne. Puedes dejar la taza en la cocina y usarla siempre que quieras.

—¡Prometo hacerlo! En cuanto acaben las obras en mi apartamento, iré a verte todas las semanas.

Joe se echó a reír.

—No prometas cosas que no vas a cumplir. La vida te va a atropellar más veces de las que esperas.

—¡Pues una vez al mes! Por mucho que la vida se ponga en contra, sacaré un ratito para ir a verte.

Joe no contestó. Se limitó a asentir sin perder la sonrisa y centró su atención en la librería que se encontraba a unos metros. Avanzó hacia ella y echó un vistazo al escaparate antes de entrar. Le gustaba mucho leer y sabía que una de sus autoras favoritas estaba a punto de sacar una nueva novela. De hecho, enarcó las cejas al ver que no solo se había publicado, sino que también lo había hecho en papel. Los libros apenas se imprimían porque lo más cómodo era sacarlos en tablets pequeñas, facilitaban la lectura y el almacenamiento. Aún así, de vez en cuando se hacían ediciones especiales impresas. Joe tenía algunas en casa y tenía que reconocer que aquella era muy bonita. Pero, al igual que todas las publicaciones en papel, se le iba un poco de presupuesto y aquel mes iba un poco más justa.

—¿Olivia Marini? —preguntó Anne detrás de ella.

—Es una de mis autoras favoritas —respondió Joe, dejando el libro donde estaba—. Está especializada en terror, pero esta vez ha escrito una novela romántica.

Anne cogió uno de los libros y lo miró con atención.

—Tiene que ser buena si han sacado el libro en papel.

—Lo es. Es una de las mejores escritoras que hay en el panorama literario.

—La verdad es que es una edición bastante bonita, me gustan los colores —comentó, mirando el libro por dentro. Joe se alejó de ella para buscarlo en formato digital—. Eh, ¿adónde vas?

Se apresuró a dejar el libro junto a los demás para seguir a su amiga.

—Quiero ver el precio que tiene en digital —respondió Joe, mirando una de las estanterías—. En papel está demasiado caro para mí.

Anne murmuró una afirmación.

—Voy a ver la sección infantil. Se acercan las navidades y si encuentro algo ahora para mi sobrino, me ahorro el tener que buscarlo luego.

Joe asintió, distraída, y cogió una de las tablets con el libro de Marini. Se dio una vuelta por allí y cogió otro par de libros más antes de dirigirse hacia la caja. Después, buscó a Anne con la mirada y la encontró fuera de la librería.

—¿Encontraste algo para tu sobrino?

—Sí, un libro sobre monstruos marinos. Sé que le encantan. —Le ofreció una bolsa—. Esto es para ti.

Joe miró a su amiga a los ojos antes de centrarse en la bolsa que le ofrecía. Frunció el ceño y apretó los labios al figurarse lo que había en el interior.

—Pero, ¿de qué vas? —gruñó.

—¿Cómo que de qué voy? O sea, ¿tú me puedes regalar una taza y yo no puedo comprarte un libro?

—Con lo que vale este libro puedes comprarte quince tazas, Anne.

—Eres una exagerada.

—Estás entendiendo mi punto a la perfección.

Anne respiró hondo y Joe se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba molesta.

—Me has acogido en tu casa y no me dejas pagarte por ello. ¡Si hasta tengo que hacer la compra a escondidas para que no me lo impidas! —Hizo una pausa y la miró con cariño—. Sigues siendo igual de terca para estas cosas. Acepta el puñetero regalo, ¿vale?

Joe masculló una maldición y cogió la bolsa.

—Gracias, Anne.

—De nada. Y ahora voy a invitarte a cenar. Y no —la amenazó con el dedo—. No dejaré que pagues. Ni que elijas el sitio. Que nos conocemos.

—Te odio.

Anne se echó a reír.

—No me odias. —Se colgó de su brazo y caminó con ella hacia la zona de restauración—. Solo odias que te cuiden. Siempre lo has hecho porque crees que te hace parecer débil. Pero, ¿sabes?, dejarse cuidar es mucho más valiente. Porque estás permitiendo que alguien vele por ti en los momentos más vulnerables. Sé que no dejas que nadie te cuide, pero yo quiero hacerlo. Quiero estar ahí si me necesitas, Joe, porque te quiero y no me gustaría que estuvieses sola cuando menos deberías estarlo.

Joe no dijo nada porque, aunque quisiera, no era capaz de hablar. Sabía que Anne no era tonta, pero siempre se sorprendía cuando demostraba que se fijaba más en las cosas de lo que admitía. Y, obviamente, había acertado con ella. A Joe le gustaba cuidar de la gente, pero odiaba que cuidasen de ella. Siempre había tenido que demostrar que era fuerte: primero en el instituto para que no se metieran con ella y, después, en el trabajo para que no la hicieran de menos por ser mujer. Por eso nunca había permitido que cuidasen de ella y, haciendo memoria, recordaba que alguna de sus antiguas parejas se lo había comentado, que odiaban saber que estaba mal y no poder ayudarla.

—Lo siento —murmuró, sintiéndose mal de repente.

—No tienes que pedir perdón —respondió Anne—. No es culpa tuya y no has hecho nada malo. Pero tienes que dejar de tener las murallas tan altas, ¿vale? No con todo el mundo, pero al menos conmigo. Somos amigas desde que tenemos memoria, si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho.

Joe soltó una carcajada.

—Tú no herías daño ni a un mosquito, Anne.

—Deberías verme manejar una sartén. —Levantó el mentón, orgullosa—. Estuvieron a punto de detenerme por agresión por utilizarla.

—¿Qué? —preguntó Joe, atónita.

Anne frunció el ceño, confusa.

—Creí que te lo había contado. —Hizo un gesto con la mano para restarle importancia—. Bueno, da igual. Ahora es un buen momento. Un día un tipo se coló en la pastelería y quiso atracarnos. Yo estaba en la cocina y salí a ver qué era todo el barullo y entonces el atracador vino a por mí, pero no contó con mis reflejos felinos. Ni con la sartén caliente que llevaba en la mano y con la que le aticé. Cuando llegó la policía argumentó que le había agredido y yo le dije que eso se lo explicase a las cámaras de seguridad. —Se encogió de hombros—. La policía me retuvo hasta que comprobaron lo sucedido, pero estuve a nada de entrar en la cárcel.

—No meten a nadie en la cárcel por eso, Anne —comentó Joe entre risas.

—¡Que tú sepas!

Joe se rio de nuevo y siguió escuchando divagar a su amiga mientras dejaba que la arrastrase hasta un restaurante de aspecto caro. Echó un vistazo y se dio cuenta de que casi todas las mesas estaban ocupadas por parejas. Sintió un tirón en el estómago al darse cuenta de que aquello parecía una cita y se obligó a recordar que aquello era imposible. Que tan solo eran dos amigas que habían salido a pasear y a cenar.

Nada más.

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