PSuzume ha creado un reto bimensual para su Discord en el que se propondrá un huevo y, quienes queramos participar, tenemos que imaginar qué nacerá de él. No sé si los haré todos, pero me apetecía escribir algo sobre el huevo propuesto por Danyxdraw (seguidle que dibuja muy bien). Se supone que está ambientado en el mundo de Hollow Knight pero, como no lo he jugado, he improvisado un poco (cambiando nombres y demás) para hacerlo más accesible.
¡Espero que os guste!
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Miró a su alrededor con cautela, atento a cualquier ruido o movimiento, y avanzó despacio. Nada parecía perturbar la oscuridad que le rodeaba, ni siquiera el viento. Su ausencia fue una de las primeras cosas que llamaron su atención al entrar allí. A pesar de que no había ni una mísera corriente de aire, el ambiente no estaba enrarecido, ni cargado. Al contrario: olía a petricor y humedad. Tampoco le sorprendió. Había dejado el Sendero Esmeralda hacía un buen rato, un camino lleno de vegetación de todo tipo que proporcionaba oxígeno a las cuevas y que todo el mundo cuidaba con mucho mimo, así que era probable que el olor procediera de allí.
El Sendero Esmeralda era un lugar tranquilo, un sitio al que la gente solía acudir para pasear y olvidar los problemas. Era la zona más antigua del lugar, un pulmón verde del que todos dependían. Por eso estaba allí, recorriendo un camino que nadie antes había pisado.
Porque una fisura había aparecido en una de las paredes de piedra.
Estaba en la parte más alejada de los jardines, apenas visible por culpa de unos arbustos, y se preguntó cómo había sido posible que alguien la descubriera. Lo cierto es que era habitual que surgiesen grietas tras un temblor y habían tenido algunos un par de semanas atrás. Los pequeños terremotos eran frecuentes y constituían una de las principales causas de fallecimiento allí. Vivir bajo tierra tenía sus ventajas, claro, pero también sus inconvenientes y uno de ellos era morir aplastado por el techo.
Sin embargo, no era la aparición de la grieta lo que le había sorprendido. Aunque era una de tantas, había algo en ella que lo desconcertaba. Quizá fuese el brillo tenue que se colaba por entre las fisuras, de color verde pálido. Aquella era la verdadera razón por la cual lo habían llamado: porque brillaba. La había tocado un poco con la espina de metal y parte de la roca cayó, dejando a la vista un pequeño hueco por el que podría colarse. Había respirado hondo y se había colado por él.
De eso hacía casi casi una hora.
El leve brillo procedía de una serie de vetas en la piedra, como venas que recorrían las paredes. Aquel resplandor lo había acompañado durante un buen rato, degradándose hasta desaparecer en las entrañas de la tierra. La oscuridad no le daba miedo, había recorrido el Valle Antiguo varias veces. Lo que le inquietaba era el silencio, roto por sus propios pasos. Aquella zona era nueva y no había registros de ningún tipo en la biblioteca. Los historiadores habían corrido de un lado a otro, sacando libros y pergaminos, buscando algo sobre una zona oculta… sin encontrar nada. Así pues, como uno de los Caballeros Protectores, su misión era averiguar si aquel camino llevaba a algún sitio. Si contenía algún peligro para los suyos.
Sus compañeros se habían ofrecido para ir con él, sin embargo, les ordenó permanecer en la entrada. Si allí dentro había algo hostil, debían ser los encargados de no permitirle el paso; de derruir el hueco de la grieta y proteger a los demás. Una parte de él se arrepentía porque aquel silencio lo estaba poniendo de los nervios, pero su parte racional le estaba diciendo que había hecho lo correcto.
Se detuvo cuando una piedra pequeña cayó en algún sitio, produciendo un ruido seco que el eco devolvió multiplicado.
Sujetó la espina y se obligó a respirar hondo. Las manos le empezaron a sudar debajo del cuero de los guantes y el corazón aumentó el ritmo, notando las palpitaciones en el pecho. Esperó a ver si se repetía el sonido y entrecerró los ojos para intentar ver algo en aquella oscuridad.
Nada.
Se planteó que aquel lugar podría tener habitantes, sería lo más lógico. Y también que sintieran curiosidad por él; por ver si era peligroso. Esbozó media sonrisa amarga. Era irónico que él mismo presentase un peligro mientras intentaba averiguar si allí dentro todo era seguro. Sacudió la cabeza y siguió avanzando. El olor a petricor se intensificó al tiempo que oyó el agua golpear la piedra. Ladeó la cabeza para escuchar mejor y se dio cuenta de que no era un arroyo; tampoco una cascada. Sonaba como…
«Como la lluvia perpetua de la Ciudad de las Penas.»
Divisó un leve resplandor delante y se acercó con rapidez, mirando bien por dónde pisaba. Las vetas volvieron a aparecer, sin embargo, esta vez había algo diferente en ellas. El destello se atenuaba con regularidad, como si fuese un latido. Tensó la mandíbula y miró más allá, hacia el lugar donde la luz se intensificaba. Avanzó lento, pero seguro, vigilando a su alrededor. No quería que lo cogiesen por sorpresa.
Se detuvo cuando una gran sala se abrió ante él. Estaba hecha de cristales geométricos, similares a los que había en Cima de Vidrio, y algunos refulgían en tonalidades de verde. Se dio cuenta de que las vetas recorrían el suelo, techo y paredes, hasta ellos y que la gran mayoría se concentraban en el centro. Frunció el ceño al ver que allí había algo. Algo grande. Miró hacia el techo antes de salir del túnel, empapándose en cuestión de segundos por la incesante lluvia. Era más abundante que en la capital, y estaba fría, lo que le provocó un escalofrío que le recorrió de arriba abajo. No había ningún camino de piedra que lo llevase al centro y se resignó a bajar con cuidado por los cristales.
A medida que se acercaba a su destino, pudo ver mejor lo que había allí. Parecía una especie de edificio con forma ovalada, como si se tratase de un huevo de grandes dimensiones. Los intrincados relieves de su superficie estaban cubiertos de musgo y, al igual que las vetas, brillaba en color verde. De hecho, parecía que nacían allí. Se detuvo cuando una idea le cruzó la mente.
«¿Estará vivo?»
Pronto se dio cuenta de que aquella no era la pregunta correcta. Daba igual si estaba vivo o no, lo importante era si era peligroso. Y quedarse allí plantado no le ayudaría a descubrirlo.
Resopló y siguió descendiendo. Entonces, resbaló y cayó rodando por los cristales. Gruñó de dolor cuando algunos se le clavaron en el cuerpo y se levantó con cuidado, dando gracias a la armadura que llevaba puesta. Aprovechó que estaba en el centro, donde más luz había, para comprobar si sangraba. Por suerte, tan sólo estaba magullado. Recogió la espina y se encaminó a la gran estructura.
Se detuvo delante, mirándola con atención.
Una gran cabeza, con seis ojos, le devolvió una mirada hueca. Dos cuernos salían a ambos lados de la misma, así como ocho tentáculos de piedra, tres a cada lado y uno en cada extremo de la mandíbula. Ladeó la cabeza al no ver ningún tipo de entrada. La idea de colarse por uno de los ojos se fue tan rápida como llegó. Era una opción, sin embargo, no creía que fuese a servir de nada.
«Y ya me he metido en muchos agujeros hoy.»
El brillo latió de nuevo y en ese momento se dio cuenta de que la luz había permanecido fija durante todo su descenso. Miró a su alrededor antes de volver a centrarse en lo que fuese que tuviera delante. Otro destello. Y otro más.
Dio un paso atrás al darse cuenta de que parecía estar llamándolo. Quizá lo mejor era que se diese media vuelta y regresase; que cerrasen aquella grieta lo mejor posible y que nadie más bajase allí. Quería hacerlo, pero sus pies no se movían.
«Tampoco pasa nada si echo un vistazo más de cerca, ¿verdad?»
Bajó la espina y se acercó del todo. Levantó la mano libre y tocó la superficie, titubeante. Se sorprendió al notar que estaba cálida y no parecía estar hecha de piedra. Frunció el ceño al no saber qué material era y, cuando estaba a punto de alejarse, algo retumbó en la sala. La estructura ovoide vibró y el Caballero dio unos pasos hacia atrás, sujetando su arma con firmeza.
La parte de arriba de aquella cosa empezó a abrirse, como una flor de tres pétalos, y una luz azul verdosa salió del interior. El ruido era ensordecedor, como si varias piedras estuviesen deslizándose las unas contra las otras. Se dispuso a irse, retrocediendo otro par de pasos, y el sonido cesó. Lo hizo de manera tan abrupta, que los oídos le dolieron por culpa del silencio, únicamente roto por la lluvia.
No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que aquello era un huevo. Así que esperó con paciencia a que algo saliese del interior. Resopló cuando los minutos pasaron sin que no sucediese nada y respiró hondo, avanzando y encaramándose a aquella cosa. Se aseguró de tener la espina a mano por si las cosas se ponían feas y echó un vistazo al interior.
Allí, en el centro, parecía haber algo. O alguien. En ese momento se dio cuenta de que sí que se oía algo, un sollozo bajo que quedaba oculto por el repiquetear del agua sobre los cristales. Descendió en silencio y se acercó a la criatura que estaba allí. Era pequeña, mucho más que él, y se parecía bastante a la efigie que había visto antes: con dos pequeños cuernos en la cabeza y ocho tentáculos. Se detuvo en seco cuando ésta se giró para mirarlo. Sí, era igual que la estatua que estaba fuera del huevo, solo que más pequeña.
«Es una cría», comprendió.
Bajó un poco la espina y la criatura se alejó un poco. Frunció el ceño al darse cuenta de que también llevaba una máscara. Una como la suya, de color blanco marfil, y como la de los demás Caballeros. Guardó la espina al comprender que aquella criatura no era un peligro. Ni para él ni para los demás. Al menos, no por ahora.
Se acercó con cautela y se arrodilló delante de ella; inclinó la cabeza a modo de saludo y le tendió una mano. La criatura la miró un instante antes de fijar la vista en él. Movió uno de los tentáculos, despacio y con cuidado, y lo colocó sobre el guante. El Caballero se levantó y tiró de ella con suavidad, ayudándola a levantarse. Salieron del interior del huevo y, sin soltarla, pusieron rumbo de regreso al Sendero Esmeralda.
A medida que se alejaban de la gruta, el brillo verde se iba apagando poco a poco. El pulso que recorría las vetas cada vez era más lento hasta que, al final, desapareció. La criatura le apretó la mano, asustada, y él la tranquilizó con un par de palabras. Aún no podía creerse que allí, apenas a unas horas de distancia, se ocultaba una de los seres más poderosos de las cavernas. Una perteneciente a la raza de los Creadores, aquellos que los precedieron muchos, muchos milenios atrás.
«¿Por qué ahora?», se preguntó. «¿Significa eso que algo malo está a punto de suceder?»
Sabía que no tenía porqué ser así. Que, quizá, había sido una simple casualidad y que había sido suerte que hubieran dado con ella. ¿Habría más? Quizá en otras cavernas, ocultas en las entrañas de la tierra, esperando ser encontradas. Sintió un ramalazo de soledad al pensar en aquellas criaturas encerradas en enormes huevos, tanto tiempo aisladas, sin nadie con quien hablar.
Miró de reojo a la que llevaba cogida de la mano y suspiró, resignado.
Una vez regresaran al Sendero Esmeralda, todo serían preguntas. Y, casi con toda seguridad, ataques. Se pasarían horas y horas debatiendo qué hacer con aquella criatura. Encerrarla, educarla o matarla. Eran las tres primeras opciones que le venían a la mente al Caballero.
Tensó la mandíbula.
No. No dejaría que nadie le pusiera la mano encima. Los escritos dejaban clara la existencia de los Creadores, de su naturaleza pacífica. Y sí, era consciente de que los escritos podían no ser ciertos, sin embargo, aquella criatura que caminaba a su lado, torpe y asustada, era una cría. Podía aprender muchas cosas de su mundo. Podía aprender la diferencia entre el bien y el mal. Él mismo se encargaría de eso.
La miró de nuevo, consciente de su nuevo rol.
—¿Tienes nombre? –le preguntó.
Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—Perpetua.
El Caballero asintió y le estrechó un poco la mano, dándole ánimos. La protegería de cualquier cosa a cualquier precio, incluso de su propia vida. No dejaría que nadie le hiciera daño.
Nadie.
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